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Forums - General Discussion - VGChartz Writing Throng

 

Why aren't there more writers?

I look amazing. 11 68.75%
 
Because. 5 31.25%
 
Yes. 0 0%
 
Total:16

Tagged, man. I'll go to eat something, then I'll contribute ;)



Around the Network

Why would the ;) mean I won't contribute? D:

*Cries*



I suggest highlighting the questions in the OP in bold.

 

Also, a image at the beginning is always cool. Like this one:

 

- Edit: good man :P



No one is up to write something? Ugh.

 

Lack of creativity will kill ya' all, hear me out!

I'll try posting something tonight, I swear!



Good idea for a thread.

But I'm afraid that this is not the best forum for it .



Please excuse my bad English.

Currently gaming on a PC with an i5-4670k@stock (for now), 16Gb RAM 1600 MHz and a GTX 1070

Steam / Live / NNID : jonxiquet    Add me if you want, but I'm a single player gamer.

Around the Network
JEMC said:
Good idea for a thread.

But I'm afraid that this is not the best forum for it .


Quentin Tarantino empezó a escribir guiones en foros random. ¿Por qué no VGChartz también? ;)



Wright said:
JEMC said:
Good idea for a thread.

But I'm afraid that this is not the best forum for it .


Quentin Tarantino empezó a escribir guiones en foros random. ¿Por qué no VGChartz también? ;)

Si. Claro, Seguro que el nuevo Tarantino está por aquí...

 

Ok, I'll try to post something, but it won't be today.



Please excuse my bad English.

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Look, I know this is in Spanish, but hey...

 

Use *cough* google translator if you don't understand. Sorry, I'd like to translate it, but I think some things would be lost in translation and wouldn't really be possible. I might do it. I just want to post this because this is the very first story I sit down and write when I was inspired. My reference for this was Gabriel Garcia Marquez, a genius writer and journalist.

 

Hope you like it:

 

 

RECUERDOS DE UNA GUERRA POR MANZANAS.

 

 

 

Aún recuerdo cuando me dediqué a escribir un diario sobre todas las cosas que me habían acontecido a lo largo de mi vida. ¿Y saben qué? Fue difícil llevar esa tarea a cabo. Pero no porque tuviese problemas a la hora de recordar las cosas; no, nada de eso. Y no crean ni una palabra a mi médico; está empeñado en que sufro Alzheimer y que ello me consume como el vicio al ludópata; mis problemas de memoria se dan porque soy una persona despistada. Nunca tuve la ocasión de aprender a ser igual de correcto, ordenado y atento que el resto de personas.

No, esa tarea me fue difícil porque cuando me detuve a meditarlo, me di cuenta que no hay casi nada que contar sobre mí. Nada, porque todo lo que hice o viví años atrás es más bien poco interesante.

Si que escribí algo. ¿A que no adivinan qué fue? Escribí esa pequeña parte de mi vida en la que fui soldado.

 

Antes que nada debería explicar un poco cómo acabé siendo soldado. Verán, yo vivía en un pequeño pueblito del norte, en el que convivíamos unos escasos quince o veinte vecinos. Bien, pues uno de ellos - el alcalde - se llevaba mal con el alcalde del pueblo vecino. Y cuando digo mal, me refiero a que se odiaban de forma irracional, primitiva. "El odio viene de muy atrás, de problemas entre los padres de los padres de los padres de ambos" me dijo un jueves por la tarde Susana, la dependienta del supermercado de mi pueblo. El caso, es que para dejar claro hasta donde llegaba el territorio de ambos pueblos, no se les ocurrió otra brillante idea que pintar una raya. Y ahora bien, nuestros pueblos se encuentran en una zona más bien con poca vegetación. Se parece mucho a un desierto, pero con alguna que otra hoja y árbol. Supongo que los desiertos - y es que nunca he visto alguno con mis propios ojos, pero tengo su imagen presente de las películas de vaqueros - tienen también hojas y árboles, pero mi madre me lleva diciendo desde que era pequeño que la tierra donde el pueblo estaba situado no se trataba de un desierto. Nunca le pregunté qué era pues, así que nunca lo supe. Pero bueno, el caso es que se hacen a la idea de cómo es el aspecto de la zona donde está el pueblo, ¿no? Como un desierto, solo que sin llegar a ser desierto. Pues dentro de la brillante idea de pintar una raya, todavía más lucido fue escoger el tono de rosa más brillante que existe como color de ésta. Supongo que el plan consistía en dejar la marca lo más visible posible, aunque a mi, y al resto del pueblo, le parecía una horterada en toda regla.

Pero bueno, vino la disputa cuando, a mitad de camino de terminar de pintar la raya - y yo muy recta no la veía, porque Juan el pintor solía estar más ebrio que sobrio la mayor parte del tiempo, pero no quería decirle nada que se cogía unos enfados el hombre que te perseguía su mirada hasta en los sueños - se encontró con que, justo en el medio de ambos pueblos, se encontraba un manzano. Y la verdad, nunca nos habíamos percatado de aquel árbol solitario. Pero bueno, habría sido sencillo esquivar el susodicho y continuar pintando. Pues no. Cada alcalde quería el manzano como patrimonio de su pueblo, y no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer. Así que de la noche a la mañana, o de la mañana a la noche, no recuerdo bien cómo fue, estalló la guerra por el dichoso manzano.

Como ya dije antes, mi pueblo era más bien pequeño tirando a diminuto. Así que tampoco podíamos crear un gran ejército; más bien fuimos un modesto regimiento de soldados: todos los hombres varones del pueblo. Unos diecinueve. Dieciocho. No lo sé con certeza, no me acuerdo bien. Supongamos diecinueve.

 

De aquellos diecinueve, dieciocho eran unos ineptos, entre los que me incluyo. Y después estaba Francisco, un señor de pelo corto, muy corto - no sé si por calvicie o por gustos-, mirada firme y un mostacho que se alzaba imposiblemente hacia el cielo y del cual él estaba muy orgulloso. Nunca supe cómo lograba alzarse ese mostacho de aquella forma, pero era un distintivo más que demostraba lo único que era ese hombre. Una persona a la cual yo considero la segunda persona más importante en mi vida después de mi madre. Francisco era el único profesor del pueblo, y era un hombre versado en muchas materias y siempre ávido de conocimiento. Así pues, era lógico que además fuese él nuestro capitán. Así que éramos dieciocho ineptos y un capitán marchando a la guerra. Tampoco tuvimos que caminar mucho: marchamos unos cuantos metros y enseguida llegamos donde estaba el manzano. Al otro lado del manzano, y de la raya a medio pintar, estaba el ejército del pueblo vecino.

 

En aquel momento pensé, igual que pensó el resto de mis compañeros, que no nos diferenciábamos mucho del otro pueblo. Quitando el que ellos preferían vestirse en tonos azules, y nosotros estilábamos más el amarillo, y el que ellos no tuvieran a un ciego en sus filas - aunque debo decir que en su lugar tenían a un muchacho en silla de ruedas -, nos dimos cuenta todos en aquel momento de que no nos diferenciábamos mucho. Nadie se parecía a nadie, pero a la vez, nadie era distinto del resto. Recuerdo comentarle este pensamiento a Airam, el que más tarde se convertiría en mi mejor y más fiel amigo, y del cual lo que más recuerdo era el color de su piel: tenía un tono parecido a la canela; marca propia, como él mismo me dijo una vez, de unas lejanas tierras isleñas. Bueno, pues su respuesta fue breve.

 

- Eso es porque todos somos personas.

 

 Tuvieron que pasar años hasta que me di cuenta de la profundidad de sus palabras.

 

Algo en lo que nos fijamos los de mi bando, también, fue en que coincidíamos en número de hombres. Y más sorprendente aún era el hecho de que el capitán de ellos era también el único profesor de su pueblo. Javier era su nombre, y al igual que Francisco, era culto, y mostraba ese entusiasmo infantil por aprender cada día algo nuevo.

 

Fue darnos cuenta de las similitudes, y acto seguido comprendimos que no queríamos luchar en aquella guerra.

 

Pero no empezamos combatiendo; no fue llegar y ponernos a disparar. De hecho, tardamos mucho en siquiera utilizar una pistola. El primer evento de una cadena sucesiva de anécdotas y recuerdos de aquella guerra fue un intercambio de impresiones entre Francisco y Javier. Ambos hombres fueron a dar el uno con el otro, llegando hasta la linde de la raya por el lado izquierdo del manzano desde donde yo estaba - pues el resto no nos movimos de nuestra posición -, y que supongo que quedaba al lado derecho del pueblo vecino.

Fue evidente que ambos hombres eran almas gemelas, desde la primera palabra que salió de los labios de uno de ellos. Hablaban con fluidez, soltura, y sobre todo, con amistad y camaradería. Quizás era cosa de profesión, ¿quién sabe? Pero el caso es que se convirtieron en grandes amigos en aquel instante. Y hablaron durante días, oye. Pero descontentos con el buen transcurso de la guerra, los alcaldes presionaron para que tomásemos las armas y aniquilásemos a nuestros vecinos. Así que dejaron de charlar, y nos tocó organizarnos para combatir. Luchábamos cuando el Sol nos quemaba la frente, y descansábamos cuando la Luna nos saludaba con su brillo. El recuerdo más fuerte que tengo de las luchas a plena luz del día era la desgana. La desgana con la que peleábamos. Nadie quería herir a nadie, pues todos pensábamos lo muy parecidos que éramos. Quizás también porque ninguno de nosotros quería estar peleando contra su vecino. Así, pues, y como un acto incontrolado de un subconsciente afable, luchábamos sin luchar, nos defendíamos sin defendernos, guerreábamos sin guerrear. Cuando disponíamos de rifles y pistolas, disparábamos al aire o al suelo, al unísono, y con los ojos cerrados, creando una sinfonía bélica en la que no se derramaba sangre. Cuando pasados los años se nos acabó toda la munición de la que disponíamos, recurrimos a las espadas, pero jamás nos atrevimos a intentar ensartar a nuestro adversario; nos limitábamos a llevar a cabo florituras contra el aire, sin buscar enemigos. Algunas personas, incluso, no desenvainaban la espada de su funda por si había algún accidente. Listo fue Gerardo en seguir esta tendencia, porque su ceguera provocó que, sin quererlo, uno de sus ataques horizontales al aire fuera a parar a la cabeza de Fermín, que el pobre no tuvo ángulo para esquivar por culpa de su silla de ruedas, que no le hace tan ágil como nosotros al tener nuestras piernas. Pero gracias a que fue la vaina y no el acero la que golpeó el sólido cráneo de Fermín, en lugar de un cadáver tuvimos una amistad maciza nacida de las mil dos disculpas que Gerardo le otorgó a Fermín mientras le intentaba vendar la herida sin mucho éxito. A veces el destino crea amistades de la forma más inverosímil. Pero bueno, me ando yendo por las ramas. Luego resultó que las espadas fueron perdiendo su solidez, quizás como castigo porque la sabia Madre Naturaleza se había aburrido de nuestro fútil intento por herir al viento. No sabría decirlo con certeza. Pero el acero terminó por romperse, y una a una se fueron quedaron inservibles. Así que ahí estábamos, en medio de una guerra totalmente desarmados, y no sabíamos como continuar. Ni siquiera los imbéciles de nuestros alcaldes sabían que hacer; pero eso sí, no estaban dispuestos a dejar correr lo de la guerra. Recuerdo que alguien propuso que enfrentásemos a nuestros dos mejores guitarristas; para empezar, no sabía que teníamos uno. Pero por lo visto, Humberto el fontanero había cultivado desde niño el afán de tocar un instrumento de cuerda. El caso es que compitió contra el guitarrista rival, y nos deleitaron con una triunfal balada que parecía no tener fin. Pero si que acabaron, cuando las manos, cansadas, no podían tocar una sola cuerda más. Lo gracioso es que no supimos decidir quién era mejor, así que seguíamos empatados. Luego surgió el tema del ajedrez. Francisco le propuso a Javier una partida en la que se decidiría  el destino de la guerra, y el resto estuvimos de acuerdo en que sería lo más óptimo. Así que pasamos días enteros observando a los dos hombres jugando con una pasión seductora. Lo que más me viene a la cabeza de esa partida fue la observación de mi amigo Airam. Recuerdo cada una de sus palabras, tal y como él mismo me las dijo:

 

- Si te fijas, nosotros, los soldados, no nos diferenciamos mucho de los peones en una partida de ajedrez. Somos las piezas más abundantes, y aún así, las que más se suelen desaprovechar. Somos las más trabajadoras, las que más dificultades tenemos a la hora de actuar y sin embargo las que más trabajo sucio hacen. Y no tienen alguna recompensa, una vez dejan de ser útiles, se deshacen de ellas sin reparo. Piénsalo, si un peón logra avanzar hasta el terreno enemigo, luchando sin cejar en empeño contra sus adversarios, y corona la última posición, quitas la ficha del tablero, y le dejas el mérito a una pieza a la que consideras más importante. Ni siquiera tiene el peón derecho a protestar, o a exigir seguir siendo peón y no ser desechado. Y a fin de cuentas, somos las piezas más agresivas y más defensivas de todas. Ni siquiera la reina protege con tanta eficacia como lo hace un muro de peones. Pero eso es algo que la gente no suele observar, y no hay diferencia alguna entre los peones de un tablero de ajedrez y los peones que batallan en la guerra. ¿Crees que a alguien le importa si logramos ganar? Al final el mérito se lo atribuiría totalmente el alcalde. O las partes interesadas de la guerra. A los soldados se les da una palmadita en la espalda y se les aparta cuando no tienen más usos para ellos, igual que los peones. Es triste, pero es así.

Doce días duró la partida. Recuerdo el último, hacía un sol abrasador y todos los soldados mirábamos fijamente a los dos hombres que, con paciencia y una fría mente calculadora, medían sus movimientos con matemática precisión para aprisionar al Rey rival. Hacía tanto calor, que hasta los dos profesores se vieron obligados a dejar las formalidades a un lado y quitarse las armaduras. Era curioso ver a Francisco en ropa interior, alisándose el mostacho porque del calor se le derretía y perdía su figura imponente. Javier tenía un gran sombrero de ala ancha que le cubría parcialmente la cabeza, y a punto estuvo de ir al encuentro totalmente desnudo, pero decidió ponerse un albornoz en el último momento. Era una curiosa escena, pero para nada cómica, porque mirábamos cautivados la partida. No sabíamos qué sentido o estrategia seguía cada movimiento que efectuaban los profesores, pero pasaba el tiempo y éramos incapaces de apartar la vista, incluso si al punto estuvimos de desmayarnos todos debido a las altas temperaturas. Entonces, Javier movió su Rey y Francisco le correspondió, y los dos hombres se sonrieron el uno al otro. Nosotros aguantamos la respiración por segundos que nos parecieron semanas.

 

- Tablas. - Dijeron al unísono.

 

Ahora bien, por la noche, era un ambiente totalmente distinto. Me avergüenza admitirlo, pero por aquel entonces, yo era un total inculto. No sabía ni escribir ni leer, nunca tuve tiempo de aprender, igual que el resto de mis compañeros. Ahí fue cuando descubrí la gran persona que era Francisco. Cada noche nos reunía a todos alrededor suyo y nos instruía. Y era una persona paciente.

Comenzó con el abecedario. Siguió con la suma y la resta. Y cuando adquirimos el suficiente conocimiento, nos disciplinó en la filosofía y el arte. Y cuando no pudo enseñarnos más, se intercambió con Javier varias noches para explicarle él a los vecinos lo que nos había enseñado a nosotros, mientras que Javier nos curtía en la física y la biología. Ni siquiera cuestionamos el que un enemigo atravesase nuestras fronteras: nos sentíamos cómodos con aquello. Así que puede decirse que todo lo que sé se lo debo a estos dos hombres que tan firmemente se preocuparon en unos tiempos tan problemáticos por enseñar todo lo que sabían a las generaciones que le precedían.

 

Luego le fuimos cogiendo el gusto a ignorar la raya que nos dividía y pasar al otro bando para charlar. Eso fue conformando nuestras amistades, y la verdad, era agradable hablar con gente con la que resulta que eres tan afín. También las noches servían como nuestro pequeño momento de descanso. Muchas veces me quedé hablando con Airam hasta que salía el sol y nos tocaba luchar, sin descansar ni dormir, porque me sentía bien conversando sobre todas las cosas importantes y banales habidas y por haber. Recuerdo que ambos compartíamos el gusto por el café. Sinceramente, el café que hacían allí era una soberana basura, pero cuando te encuentras con alguien que te importa, incluso la basura te sabe a gloria.

No todo fueron buenos sucesos. Trágico fue cuando vino la mujer de un muchacho del otro bando, a comunicarle que su padre había fallecido después de un ataque al corazón. Fue muy triste. Guardamos cuatro días y treinta y siete noches de luto.

Después el chico se fue, y nunca más supe de él. También fue triste cuando, pasados los años, tanto Javier como Francisco tuvieron que jubilarse; porque la edad no perdona a nadie, ni siquiera a los que más merecen no envejecer. Les despedimos a los dos entre aplausos, abrazos y apretones de manos. Jamás les olvidaré. Dos años después de despedirnos nos reunimos todos aquellos que combatimos en la guerra en el cementerio a las afueras de ambos pueblos para darle un último adiós a Francisco, el cual perdió la batalla contra el cáncer después de meses de lucha. Y al año siguiente, le dedicamos otro adiós a Javier - que además fue enterrado justo al lado de donde estaba Francisco -, el cual había muerto después de ser atropellado por un vehículo cuyo conductor borracho había perdido el control del volante. Al parecer, el objetivo del coche no era el profesor, sino una pobre niña llamada Mary que en mal momento decidió cruzar la calle. Ella misma nos contó que Javier saltó contra ella y la empujó para salvarla de la catástrofe, aunque él no corrió la misma suerte. También la niña estaba presente en el cementerio, llorando a lágrima viva. Nosotros estaríamos igual, seguramente.

Días después de que ambos hombres se jubilasen de la guerra, llegaron sus hijos, a tomar el relevo como capitanes. Lo más gracioso es que, debido al conflicto, los dos profesores nunca tuvieron tiempo de tutelar y enseñar a sus hijos todo lo que ellos sabían. En otras palabras, eran unos ineptos. Pero como responsabilidad nuestra, entre todos les enseñamos primero el abecedario, luego a sumar y a restar, y cuando adquirieron suficiente conocimiento, les instruimos en la filosofía, la biología, la física y el arte. Al final, acabaron siendo igual de inteligentes que sus padres. Todo se lo debemos a ellos.

Luego pasaron unos cuantos años más, y finalmente me tocó a mí jubilarme. Fui el primero de todos mis compañeros en irme, y no precisamente porque yo lo quisiera así. Pero me había llegado una carta de mi padre que solicitaba una audiencia conmigo antes de que su adicción a las drogas se lo llevase definitivamente. Quemé la carta, y después de mucho discutirlo con mi madre, al final estuvimos de acuerdo que lo mejor era no verme con él; que después de haberme abandonado a mí y a ella cuando solo hacían días que había salido del interior de mi madre, mucha cara debía tener para encima pedirme que lo fuera a ver. Pero al final fui, con las mejores bendiciones de mi madre. Viajé lejos, muy lejos para ir a verle. Por lo visto había encontrado una mejor familia con la que convivir, y era padre de tres hijas hermosas. Tuvimos una corta conversación, pues se desvaneció y murió en la cama de hospital en la que estuvo durmiendo meses. Sus últimas palabras fueron "Lo siento". No sé si lo dijo con honestidad o por cortesía, pero me quedé muy vacío por dentro después de aquello. Lo siguiente que hice fue mandarle una carta a mi madre diciéndole lo mucho que la quería.

 

Tras la muerte de mi padre, una pequeña herencia por su parte me permitió seguir viajando y aprovechar para ver más mundo que un pueblo que se asentaba sobre lo que se asemejaba a un desierto, y que tenía un manzano causante de la discordia con su pueblo vecino. Así que viajé. Me enamoré de las gastronomías de aquellos países que iba visitando y fui ganando peso, pero no me importó mucho. También se me cayó el pelo, y no pude hacer nada para evitarlo, pero igualmente no le di demasiada importancia. Me sentía feliz sencillamente conociendo nuevas culturas y nuevas personas. No hay mucho más que contar llegados a este punto. Quizás como anécdota, me sentí muy feliz cuando dio la casualidad - o quizás fue cosa del destino -, de que en un restaurante de una pequeña ciudad norteña me encontrase a Airam. Diablos, ¡qué delgado estaba! ¡Y qué viejo! Y se había dejado una barba la mar de descuidada, aunque al menos él no estaba calvo. Pero su color de piel no dejaba lugar a dudas: era él. Nos estrechamos en un abrazo que duró una hora y media; al punto estuvo el camarero de llamar a un mago sanador primo suyo porque temía que nos hubiésemos quedado pegados por culpa de magia negra. Sí, lo han oído bien. Por lo visto, en aquella ciudad se practicaba mucho la magia negra.

 

Nos sentamos en una de las mesas de aquel lugar y charlamos sin descanso. Me comentó que la guerra, por lo visto, después de que todos los veteranos se hubiesen jubilado, seguía su curso. Los hijos de Francisco y Javier se encargaron de enseñarle todo lo que sabían a la nueva generación de luchadores, pues resultó que eran todos unos ineptos. Pero jamás se cobró una sola víctima aquella guerra. "Es todo un fenómeno social", me confesó Airam. "Salió incluso por las noticias de todo el mundo. Expertos de todo el mundo la califican como la guerra más pacífica de la historia de la Humanidad, e incluso galardonaron al manzano con el Nobel de la Paz, por ser capaz de unir en armonía y amistad a dos bandos rivales". Nunca me enteré de todo aquello, quizás porque no salía por las noticias de aquellos países en los que estuve viajando, o quizás porque sencillamente, soy muy despistado y no me di cuenta en ningún momento. Después se nos secó la boca de tanto hablar, y nos pedimos un café. Si les soy sincero, el café que nos sirvieron allí era una soberana basura, pero cuando te encuentras con alguien que te importa, incluso la basura te sabe a gloria. Aunque espero que el sabor no se debiera a que le hubiesen lanzado algún conjuro de magia negra al café.



"magic as dark as coffee". Bravo Wright, those last five words which I read were good.



@pi-guy

 

That looks something Alan Wake himself would write!

 

@Lemonslice

 

thanks :3